9.
“LA ARROGANCIA” VIERNES, 31 DE OCTUBRE DE 2014
Una vida como cualquier
otra, educada entre un concepto relativista del bien, el mal, el yo y el tú,
que intenta equilibrar lo que desea y lo que decide, parece fácil y, sin
embargo, es el inicio del fracaso. Ese fracaso que ocultamos porque en realidad
no podemos darle una explicación razonable de por qué buscamos el bien, el
amor, el tú, la misericordia, la esperanza, la unión, la integración y, sin
embargo, no podemos hacer que reinen en nuestras vidas con constancia, con
verdadera vida.
Dicen que el infierno está lleno de buenas voluntades y
malas decisiones. Mi voluntad quiere hacer el bien, y lo intentamos, pero a la
mínima resistencia no lo podemos hacer, suele surgir lo contrario: juzgar al
prójimo, no perdonar, perder la esperanza, no integrar sino buscar lo que te
interesa; en definitiva, nuestros sueños de amor chocan con la realidad del
otro, que también tiene la misma voluntad de hacer el bien y curar las
injusticias, pero esa idea que nos une, su desarrollo nos desune. ¿Será que
toda esa buena voluntad es en realidad una adoración de un pensamiento (Dios)
que nace de nuestra propia arrogancia humana? ¿O puede ser una ingenuidad
inmadura del propio ser que no ve la realidad en sí misma y, por tanto, es
intolerante ante situaciones que no controla?
La arrogancia tiene en sí misma dos vertientes: la que se
expresa en ser superior al otro y la que desprecia para rebajar a la otra
persona. Si a esto añadimos una ingenuidad inmadura del ser, intolerante por su
propia naturaleza, tenemos un corazón lleno de emociones, de buenas voluntades,
pero a la vez intransigente e incapaz de amar.
La arrogancia y la ingenuidad inmadura del ser son una
distorsión de la realidad en todos los aspectos. El primero, en cómo nos vemos
nosotros mismos, siempre bajo el prisma de nuestro egocentrismo y emociones; en
segundo lugar, porque proyectamos lo que queremos hacer desde nuestros deseos,
nunca es desde una realidad común. La arrogancia en su primera vertiente tiene
también dos actitudes: una, la ofensiva, y otra, la que se ofende; y, en su
segunda vertiente, la despreciativa y la falsa humildad. Como toda arrogancia
exige pero no da, está llena de orgullo, es ignorante y como toda mentira llena
de cobardía.
La ingenuidad inmadura del ser es una perspectiva ingenua e
intolerante ante situaciones que no controlas como el sufrimiento, la
frustración o la incertidumbre. Esto puede provocar que necesites desde una fe
inmadura un apego afectivo que calme tu intolerancia a ver la realidad como es.
Creo en un Dios bajo cuya protección estas situaciones que no puedo controlar
adquieren un cierto orden. De todas formas, estos cimientos poco pueden
soportar una frustración personal o ideológica, y aquí es donde saldrá a
relucir nuestra intolerancia. Tendré que agarrarme a una idea, una experiencia
o una ideología que descartará todas las demás, porque en realidad necesito un
apego afectivo que me proporcione una firmeza intolerante para que no pueda
llenarme de dudas y desesperación.
La ingenuidad es intolerante porque no soporta la
frustración, de ningún tipo. Le cuesta mucho integrarla, la percibe como una
agresión y reacciona defendiéndose porque si no, lo único que quedaría sería el
pánico y la sensación de humillación y cobardía. Su verdadero problema es
discernir la realidad de su propio egocentrismo, es decir, encerrarse en sí
mismo.
La ingenuidad inmadura del ser solo es un problema en unos
aspectos, en otros los tiene bien integrados: controla la situación y sabe
discernirla. La ingenuidad no es estupidez, es lo que todos somos antes de
madurar psicológicamente y, como hablamos en este escrito, espiritualmente.
Esto último mucho más difícil de cambiar.
Mucho más difícil de cambiar porque en el mundo psicológico
vamos experimentando la vida y su realidad, con sus alegrías y sus
sufrimientos. Así nos vamos haciendo adultos, sabiendo integrar nuestras
experiencias en la realidad que se ve, que, salvo excepciones, todos ven. Sin
embargo, la ingenuidad espiritual necesita experimentar desde las decisiones
que tomamos de elegir el bien o el mal, teniendo una ventaja y a la vez un
inconveniente. La ventaja es que podemos transformar el corazón de piedra por
uno de carne o, siguiendo el escrito, cambiar la arrogancia y la ingenuidad
inmadura del ser por humildad y por inocencia de corazón. El inconveniente es
que cambiar el corazón requiere un camino duro y es una realidad que no se ve,
cualquiera no la ve, porque primero tienes que creer en la verdad de
Jesucristo, piedra angular de nuestra fe, dándote cuenta de que todo lo que
dijo es verdad, aunque la razón no sepa interpretarlo. El camino requiere
hacerlo en grupo (“donde dos o más os reunáis en mi nombre, allí estaré yo”).
Quizá la ventaja es el inconveniente, y el inconveniente tu ventaja, esto
dependerá de que pruebes a hacerlo y no lo dejes en teoría.
Basándose en una fe de creer en la verdad, esa verdad te
quiere hacer libre, porque la verdad tiene vida y te das cuenta de que en
realidad eres esclavo de tu pecado (mentira, maldad, un mundo interior que no
tiene vida). Querer salir y pedirle a DIOS que te ayude es el inicio del
camino, un camino en el que exactamente como al pueblo de Israel, Dios sacó de
Egipto y educó en el desierto hasta llevarlo a la tierra prometida, pasando por
todas las tentaciones, apropiaciones y alegrías. El camino de la transformación
es idéntico.
Si quitamos a un ser humano la arrogancia en sus varias
versiones y la ingenuidad inmadura de su espíritu, obtendríamos un ser humilde
e inocente de corazón. En lo primero, el pecado hace dudar para distorsionar la
realidad; en lo segundo, el amor de Dios da luz para verla. Uno miente, otro
dice la verdad. Esto como fórmula es correcta, pero evidentemente para ir de un
sitio a otro existe un camino que los grandes Santos han recorrido para ser
testigos de esta realidad: existe ese camino. Un creer en la verdad, darse cuenta
de la esclavitud de su pecado y una lección de humildad en un largo camino que
recorrer.
Una humildad que se va instalando poco a poco en el corazón
del hombre y que comienza, como todo lo sencillo, silenciando a uno mismo para
poder ver y escuchar a los demás, abriéndose ante sus ojos una realidad que no
está distorsionada, porque existe una realidad común en la cual todos somos
iguales y no reina el pecado si no el Amor.
La humildad es generosa, sabia, modesta, misericordiosa,
real, valiente, sincera, paciente, distingue el bien y mal, es pura dignidad,
fuerte, cree en los demás. Como dice Santa Teresa, la humildad es vivir en la
verdad.
Sólo conoceremos la verdadera humildad, la de las
bienaventuranzas, cuando sintamos en pura relación cuánto nos quiere DIOS. Para
ello necesitamos relacionarnos con ÉL a través del cambio de corazón, pasando
de un corazón de piedra (soberbio e inmaduro) por otro de carne (humilde y
maduro). La tierra prometida es nuestro cambio de corazón; la esclavitud del
pueblo en Egipto, nuestra esclavitud; sus miedos, nuestros miedos; sus
debilidades son también las nuestras; su protector es el nuestro, DIOS; su
guía, Moisés; el nuestro, la Iglesia, el cuerpo místico de Jesús resucitado.
Para creer en esto y en que todo lo que dice Jesús es la verdad y la realidad,
no hay que ser ingenuo (alguien que puede ser engañado), sino inocente (alguien
que conoce la verdad y no puede ser engañado).
La humildad y la inocencia son las dos alas que te elevan
hasta DIOS (Santa Teresita de Lisieux). La inocencia confía en quien es digno
de confianza, es ternura, es paz, felicidad, la inocencia conoce a DIOS, es
dulce, dice siempre la verdad, no tiene miedo al sufrimiento ni a la
incertidumbre, la humillación no le duele, no siente rencor, es totalmente
libre, la inocencia es felicidad, pureza y firmeza.
Si mi padre y mi madre me abandonan, Dios me acogerá. Quiero
sentir la pureza y la fe de este salmo, quiero que todos lo sientan, como un
niño que regresa lleno de humildad y de inocencia sabiendo que la humillación
nada duele, que sólo es insoportable la ausencia de mi PADRE DIOS.
8. “EL TIEMPO DE
LA FE MÍSTICA HA LLEGADO” LUNES, 30 DE
JUNIO DE 2014
El instinto del ser humano
se corrige con la moral (qué está bien, qué está mal, etc.) y la moral, que se
convierte en código de conducta, se corrige con el amor. Cuando el instinto
triunfa sobre lo demás, anula la moral y el amor, y nos guiamos utilizando al
sujeto u objeto para nuestras necesidades. Sin embargo, si al instinto aplicamos
sólo la moral se convierte en instinto ordenado; la moral sin amor se convierte
en código de conducta, porque moral cada uno tiene la suya.
Por otra parte, la fe moralista anula el instinto irracional
de búsqueda de Dios y hace que predomine el razonamiento. Cuando la verdad
absoluta es el amor, lo que provoca es la integración de la moral y del
instinto, porque los purifica. El instinto deja de utilizar al sujeto para su
necesidad, pasando a desear al otro en igualdad, y la moral pasa de juzgar a
abrir la propia conciencia.
El amor es en sí mismo el camino hacia la verdad, y la
verdad, el inicio del camino. La verdad iniciada con los profetas, señalando la
llegada de la verdad con Jesús. Una verdad guardada en su esencia en el corazón
de la Iglesia, protectora y cuidadora de esa verdad, de la cual se ha
desarrollado la fe individual de los creyentes. Fe que en cada caso parte de
creer primero en la verdad y después es llenada de sus propias experiencias y
sentimientos. Una fe válida, personal, de dinámicas y sensibilidades muy
distintas, transmitidas y guardadas en uno mismo como un instinto del hombre
espiritual que sale de sí mismo y busca el ser de nuestra necesidad profunda de
amor. Como el sediento busca el agua.
Se trata de una fe instintiva, necesitada de educación
constante desde una ética reflexiva, es decir, desde una unidad ética desde la
iglesia, que educa esa fe necesitada de formación constante con ritos,
celebraciones y compartimiento de fe, para que esa fe instintiva no pierda la
noción de que nace de una verdad y de que su desarrollo depende de no
relativizar esa verdad escrita y guardada en la iglesia. En esta etapa y su
pedagogía, todo el que se ha apartado de la Iglesia y su verdad ha desarrollado
una moral relativista y al final ha perdido su propia fe. Porque no percibe la
verdad de Jesús como una verdad absoluta, y las dudas, las incomprensiones, los
intereses, la soberbia, su propia verdad y su reflexión, en definitiva, su
razón, le hacen rechazar una verdad que no se puede analizar, solo creer. Todo
esto hace que perdamos la fe y, además, que los que guardan la verdad sean
tachados de mentirosos, inflexibles y enemigos de la libertad.
La verdad de Jesucristo no anula nada del hombre, al revés,
le hace libre. Creer en Dios y en su amor significa que desde ahí entiendo todo
lo demás. Es decir, me da la libertad porque integra todas las demás verdades
del hombre y, además, la verdad absoluta, el amor de Dios. Si yo creo con fe
absoluta en DIOS y su amor, podré creer realmente en los demás, con sus
debilidades y faltas pero sin anular al ser. Y, místicamente, me acercaré a la
Iglesia como el sediento se acerca a la fuente.
El que cree en Dios y su amor ve todo con los ojos de Jesús,
todo se convierte en hermoso, todos son bellos, todo es una verdad en sí misma
y lo más grandioso es que el pecado y su mentira no pueden esconderse sino que
quedan al descubierto, como el aceite y el agua, que no se pueden mezclar.
Cuanta más fe, menos se mezclan la verdad y el pecado, mientras que cuanto más
relativizas tu fe más dificultad para distinguir verdad y pecado. Por otra
parte, radicalizarla también es relativizarla, porque está ausente de ella el
AMOR.
La fuente que quita la sed está en el corazón de la iglesia,
es la verdad de Jesús que sacia la sed del corazón del hombre. Cuando una
persona transforma su corazón porque se ha encontrado con la verdad, es atraída
a la iglesia con una fuerza que no es razonable, es mística. Esa persona
transformada lo encuentra todo en el corazón de la iglesia, se siente libre y
son las personas más fieles a ella, no por obediencia sino por amor. Encuentran
en la Iglesia la verdad de Jesús y no son solo palabras, son palabras vivas que
emanan amor porque Jesús resucitado está ahí vivo y en persona, y sacia la sed
para siempre. Al corazón solo llegan unos pocos transformados que son ejemplo y
experiencia de la verdad.
La inmensa mayoría vive su fe desde las dudas y la verdad,
mezclándose pecado y verdad en su vida, poniendo a prueba su fe con
experiencias que le harán relativizar la verdad o, en el mejor de los casos,
creer más en ella. El instinto espiritual vive dentro de nosotros porque Dios
lo despierta llamándonos desde su verdad, su amor. El instinto espiritual es
una respuesta a nuestra necesidad de búsqueda fuera del yo de un ser que
necesitamos interiormente. Cuanto más buscas ese ser, más respuestas encuentras,
convirtiéndose poco a poco en una realidad. Decir que tenemos amor en nuestra
vida cotidiana es relativizar muchísimo el amor de Dios.
También la fe instintiva, educada con la moral religiosa, se
convierte en realidades explicadas y analizadas; sin embargo, sin el amor son
códigos de conducta, análisis intelectuales y espiritualidades radicales que se
alejan cada vez más de la integración con el que no cree como tú, una fe
moralista basada en la experiencia y totalmente individual donde no puede
entrar nadie más que tú. Necesitamos amar de verdad y no podemos.
Estamos en una fase religiosa de la fe que parece haber
tocado techo desde el ser humano, es decir, desde nuestra fe individual nos es
imposible llegar más allá de los pies de la cruz (a nuestra fe instintiva y
educada con moral espiritual, le falta el amor o, mejor dicho, la verdad, desde
la cual podamos integrar instinto espiritual, moral espiritual y mística de
relación con Dios). Nos falta relación de verdad, relación mística, relación
constante con Dios para pasar de una fe que se alimenta de experiencias y, al
no sentir a DIOS, de inseguridades, a una fe que se alimente de la voluntad
verdadera de Dios y dé seguridad por sentirlo. La fe individual es una hermosa
fe pero que está vacía del amor que mana de la verdad, un amor que nace del
corazón místico de la verdad, que será derramada sobre nosotros desde ese
corazón cuando dos o más nos reunamos en su nombre, salgamos de nuestra
esclavitud del pecado y peregrinemos por el desierto de la mano de Dios,
conozcamos la intensidad de su amor y desde ese conocimiento de Dios,
integremos todo lo demás. Siendo pueblo elegido de DIOS.
La fe mística es el siguiente paso a una fe individual que
ha tocado techo y, aparte de buscar a Dios con ese instinto espiritual y con
una moral espiritual que lo explica todo, necesita un amor que no podemos
sentir constantemente. Un amor que integre el instinto, la moral, la fe y
experiencias individuales, que aunque sean buenas, sin el amor nos desunen y
con el amor de Dios nos unen. En vez de sostener a Dios con nuestra fe, Él
sostiene toda nuestra fe, es decir, en vez de ir hacia Él, Él viene hacia ti.
La fe mística en realidad es un salir del amor, desde el corazón de la Iglesia
hasta el corazón del hombre, reverdeciendo una fe que tendría que apoyarse
desde nuestro corazón en el corazón de la Iglesia, en la verdad de Jesús,
dándole a ese corazón de hombre la unión que necesita con la verdad, para que
esa fe sea sólida como la fe de Abraham. Una fe que no especula con la voluntad
de Dios, sino que la escucha, la siente y la comprende, dejándose llevar por
ella aunque no la entienda en un principio, simplemente confía ciegamente en
DIOS. (La certeza de Dios es que acabas comprendiendo siempre). Un Dios que va
hacia ti, estando el hombre ya preparado con una fe de búsqueda y que ha sido
comprendida moralmente. Lo que no tiene sentido, adquiere vida. Creer en
alguien que no ves y desgraciadamente no sientes, creer en su verdad, en la
vida eterna, que la muerte es el principio de todo no el final, que el amor,
ese amor que muchas veces sentiste y hubieras querido que se quedara contigo,
ese amor sea eterno, que el que lo da todo desde el corazón recibirá mucho más,
que el mayor sueño de amor que puedas imaginar se hará realidad, porque el amor
crea y se expande, que se transformó en ser humano como nosotros por puro amor,
que existe alguien que comprende tus mayores intimidades, pero no las juzga y
perdona, cuando ya no puedes más y caes, Él te levanta y te sostiene y de tus
errores crea vida por puro amor. Los que hemos cometido errores sabemos que el
error no es el final, sino el principio de todo, sólo posible por amor, su
amor, su bendito amor
¿Quién no puede creer en esta verdad? Solo escucharla te
hace sentirla, el amor tiene vida, lo escuchas y te inunda como alguien que
quiere abrazarte. Nadie lo imagina, lo siente y en realidad lo que sentimos es
DIOS, el amor son las manos de Dios que llegan hasta tu corazón. Te abraza y ya no vuelves a ser el de antes. Necesitamos con
urgencia que derrame su amor en nuestra pequeña fe de instinto y moral, para
que integremos todas nuestras verdades y las de los demás en una sola voluntad
que nos guíe de verdad hacia la única verdad, EL AMOR.
Dejémonos llevar por la intuición espiritual para que el
AMOR DE DIOS siga siendo difícil de explicar, fácil de sentir e imposible de
olvidar.
7. “LA OFENSA, LA
JUSTIFICACIÓN DEL PECADO” (MARTES, 28
DE ENERO DE 2014)
Así como nos es imposible
amar por propia voluntad (queremos desde nosotros y no se puede), si miramos
hacia fuera, sobre todo a los demás, sin juzgar, surge. Sin embargo, ofender y
sentir la ofensa sí está en nuestra voluntad. El Padrenuestro así
lo indica, una oración cuyas primeras frases son de alabanza y gratitud,
seguidas de peticiones humildes.
Y entre ellas, se encuentra también la ofensa, transformada
en petición si la hacemos y en perdón si nos la hacen. Un equilibrio perfecto
en una oración surgida del corazón de Jesús, lleno de amor y sabiduría. Como
toda verdad de Jesús, nos indica el núcleo pero no la fórmula para llegar ahí.
ÉL quiere nuestra autonomía espiritual para que emprendamos un camino de
búsqueda de la verdad y del amor, descubriendo en ese camino lo que nos impide
fundirnos con esa verdad y ese amor y, en consecuencia, con DIOS Padre; en una
relación Padre e Hijo, como su naturaleza de amor desea.
Construimos nuestra espiritualidad de experiencias de amor,
de pecados y desprecios. Nos fijamos sobre todo en las consecuencias del pecado
y olvidamos así muy fácilmente que matar es consecuencia del odio; y el odio,
la venganza de la ofensa, creyendo firmemente que si no matamos ni odiamos, no
pecamos. Olvidamos así que la ofensa es el núcleo del pecado y su posterior
desarrollo. Hace mucho más daño en uno mismo creer que un amigo te pueda
traicionar y no confiar en él, a que lo haga. Es un camino sin fin porque si
ofendemos es porque nos sentimos ofendidos; sin embargo, es paradójico que si
el que nos ofende es fuerte y poderoso trataremos de no ofenderle, aunque
llegue a humillarnos; por el contrario, si es débil quien nos ofende, lo
humillaremos.
Sentirse ofendido quizá sea el universo en el que todos
vivimos. Nos puede ofender el más mínimo gesto, una mirada, una palabra, un
aspecto físico, una ideología, un tono de voz, el grito de un niño, una llamada
de atención, que nos molesten, tener que dar los buenos días a un vecino, por
supuesto, que no te los dé él, lo que no controlamos, lo que nos sorprende, lo
que no nos sorprende, lo real, lo que imaginamos, lo que creemos, lo que pensamos,
lo que no amamos, lo que amamos, nuestro pasado, el de los demás, nuestro
presente, el del prójimo, nuestro futuro, el suyo… La lista es interminable y
variable: lo que no molesta hoy molestará mañana. Analizándolo de este modo es
una locura, pero es la realidad que todos vivimos. Hacemos deudores nuestros a
quienes nos ofenden, esclavizándonos nosotros mismos de esa ofensa sin ser
capaces de perdonar, porque no sentimos que sea falta nuestra, sino del otro.
Si la ofensa no puede ser diluida (siempre en amor, con la luz de la
conciencia), se convertirá en odio y ese odio traerá sus propias consecuencias.
Hay dos extremos en la ofensa: uno, percibirla desde la
fuerza del que ofende, donde la ofensa sin reacción te humilla y aceptas esta
situación como natural, siendo incapaz de salir de ahí. Otro, percibir que la
fuerza y la razón están de tu lado, y entonces la ofensa será percibida como
una agresión y sus consecuencias serán acabar con ella.
Jesús nos dice que pidamos perdón por nuestras ofensas y
perdonemos a quienes nos ofenden. Nosotros percibimos esto como una filosofía
clara de las consecuencias; es decir, si no robo, no tengo pecado; si no mato o
deseo matar, no odio; si no soy violento, no deseo hacer daño a nadie, etc.
Cuántas veces se oye “yo no hecho mal a nadie en mi vida”, sin tener ninguna
conciencia de que a quien dice algo así le ofende todo lo que no cuadra con su
ideología y estructura de cómo debe ser el mundo. Estas personas quieren
solamente a los suyos, y dependiendo de su corazón, odian o ignoran a los
demás.
Pedimos perdón por nuestras faltas, pero no podemos perdonar
al que comete la falta contra nosotros. Jesús, sin embargo, propone un camino
que culmina con aceptar a todos desde el corazón. Tiene que ver con ser hijo de
DIOS. Jesús nos dice claramente que el perdonar a los que nos ofenden, sí lo
podemos hacer desde nuestra voluntad y libertad. No necesitamos ayuda para
ello, es lo único que podemos hacer desde nosotros mismos. Para ello hay que
analizar la ofensa desde la conciencia con humildad; es decir, dándonos cuenta
de que el que ofende es el pecado, que provoca otra ofensa. Esta
acción-reacción te llena de desconfianza en el mejor de los casos y en odio en
el peor. Es el triunfo del pecado y la desconfianza sobre el amor y la
confianza en el otro.
Todo esto hace que el pecado se alimente de las reacciones
que provocan las ofensas, tanto si son ofensas directas como si son creadas por
nosotros. En realidad no podemos salir de esta dinámica, ya que lo que busca el
pecado es nuestra propia esclavitud desde la propia libertad de decisión. A
nosotros nos hace muchísimo daño una ofensa, y cuando la hacemos, buscamos
precisamente hacer daño y sabemos que es así como se hace. Esta forma de vivir
es una esclavitud de nuestra propia decisión: creemos que si no respondemos,
nos humillamos, y pensamos que la esclavitud está en aceptar la humillación.
Evidentemente es así, pero no es la única forma, porque responder a la ofensa con
ofensa, desconfianza u odio, también es una forma de esclavitud. Lo que pasa es
que al ser interior, la esclavitud no es tan evidente y la disfrazamos de
valentía, cuando no lo es si lo que en mí provoca es rencor, desconfianza,
dudas, miedo, ira, desprecio o simplemente indiferencia.
Estamos hundidos en una esclavitud que nunca nos dejará
salir porque se alimenta de lo peor de nosotros. Nadie haría daño si no
sintiese que alguien o algo le ha hecho daño a él. Esta realidad es la que nos
toca vivir desde nuestro corazón de piedra. Jesús nos dice que existe otra
realidad contrapuesta a esta. Una realidad que se concreta en una meta, la de
transformar un corazón de piedra en otro de carne, en ser cordero y un
bienaventurado pobre de espíritu. Dios siempre ha luchado porque seamos libres
y dejemos de ser esclavos del pecado. Así como el pecado nos tiene atrapados en
nuestras decisiones de ofender y ser ofendidos, Dios nos dice que ahí está
nuestra libertad: cuando consigamos no ofender ni sentirnos ofendidos; mejor
dicho, ya que el pecado no puede ser desterrado de este cuerpo, cuando
consigamos superar las ganas de ofender y el sentirnos ofendidos. Cuando
cortemos el eslabón de esa cadena que no tiene fin, seremos libres y cada vez
creceremos más en libertad y autonomía como seres creados por DIOS.
Puede parecer una teoría y no una realidad, pero JESÚS nos
dice y nuestra fe lo cree: Dios nos ama por encima de todas las cosas. No
piensa en hacernos mal sino todo lo contrario. Nunca nos traicionará, siempre
estará junto a ti. Donde solo puedes ver oscuridad, si se lo pides, siempre una
luz te guiará hasta salir de ella. DOY FE de que envió a su amado hijo a buscar
a los que se perdieron, a los que no saben volver. Lo envió a decirnos que lo
que decían los profetas es verdad. El que lo experimenta (y lo han
experimentado muchos) sabe que ni una sola coma de lo que está escrito en la
Biblia es mentira (por supuesto, basándonos en una interpretación desde el
amor). Buscan la libertad interior y la alcanzan, no ofenden ni se sienten
ofendidos, son cordero y no soberbios. Son humildes, sabios, creen en los
demás, les importa más un hermano perdido (esclavo) que ellos mismos. Son
imitadores de Cristo porque vive en ellos. Aunque sienten la ofensa en su
pecado, no la escuchan; miran hacia delante porque saben que la mentira y la
esclavitud está dentro, y la verdad y la libertad fuera de ellos. Para que
podamos elegir con nuestra voluntad, el pecado no puede poseernos ni siquiera
tocarnos, solo puede engañarnos. Sin embargo, el amor quiere primero que veamos
la realidad y abramos la conciencia, descubriendo ese pecado que en sí mismo es
una mentira: no nos posee, pero nos hace creer que sí, que no existe una
salida.
El amor es el único que lo ve con claridad, por eso siempre nos
dirá palabras de esperanza. No puede hacer otra cosa respetando nuestra
libertad de decisión. Siempre nos hablará de una vida en verdadera libertad, de
una esperanza más allá de nosotros mismos, para que dejemos entrar en nuestros
corazones ese amor que será como el agua que ahoga y deja sumergido al pecado.
Ese amor que sí desea poseernos, pero poseernos en nuestra libre decisión de
poder elegir de verdad entre la esclavitud y la libertad. Un amor que cura la
ofensa y no ofende, y en vez de hacer sentir odio y desconfianza, hace sentir
esperanza y confianza. Todo lo que creíamos dentro de nosotros, que era un
bonito sueño, se hace realidad. ¡Quién no ha deseado ser amado de verdad y amar
de verdad!
Todos lo sentimos, no es una ilusión que nazca de nosotros,
pero sí en nosotros. Muchos, como faros que dan luz a los que somos esclavos,
lo han encontrado, y por su amor se han unido a todo lo que nos habla de que
existe una esperanza y mundo infinito. Porque al verdadero amor ni siquiera la
propia muerte (escalofrío de la esclavitud interior) puede matar. En la
libertad, el amor ahoga al pecado y a la muerte, y nos vuelve a hablar ya de
una esperanza y confianza infinitas. La muerte queda atrás como la esclavitud
del pecado, y volamos hacia un paraíso donde la ofensa y nuestro pecado no
pueden entrar. Tendremos que dejarlo en las puertas del cielo, un atrio lleno
del pecado desprendido de los que comenzaron el camino de su propia libertad.
Unas puertas gruesas y bien guardadas que atravesaremos con la humildad del que
se sabe liberado de la esclavitud.
Un ser lleno de esperanza y poseído por el amor, que jamás
mirará hacia atrás, solamente hacia delante, hasta ver los dulces ojos de mi
Padre que tanto me ha amado y ha hecho por mí, haciéndome sentir que solo existimos
ÉL y yo. En un arrebato de posesión por su desbordante amor, no me quema, por
mi regreso me abraza con la fuerza de la alegría más inmensa que jamás sentí.
Me besa con un desbordante cariño y siento en un instante que me perdona lo que
yo creía imperdonable. Me doy cuenta de que jamás vivió de la ofensa sino del
perdón y para poder perdonarme solo necesitaba abrazarme.
¿Buscamos un mundo justo o un mundo lleno de Amor? Qué fácil es luchar contra las
injusticias y qué difícil defender el Amor. Se habla de luchar contra el
hambre, el maltrato, la pobreza, pero ¿quién habla de amar al otro?
En realidad, en lugar de
defender a las personas, preferimos defender únicamente las ideas. La justicia humana que
queremos implantar no tiene nada que ver con el Amor. Como somos sensibles al
mal, especialmente cuando nos hace daño, queremos erradicarlo. ¿No es ésto
simplemente una forma de tranquilizar la conciencia? Jesús no buscó acabar con
ninguna injusticia, sino que se dejó maltratar por todas ellas.
Erradicar la
injusticia significa crear un mundo estructuralmente perfecto. Queremos pasar
de hacer el mal a que nadie haga mal; sin embargo, ambas cosas son el mismo
mal. Si todo el mundo se comporta bien, como deseamos todos, ¿Dónde está Dios? La persona que
lucha contra las injusticias busca una estructura perfecta en la que no está
Dios. El mundo perfecto es una idea, pero ¿Dónde quedan las personas? Ésto ha
pasado con todos los sistemas, ya sean políticos, religiosos o
familiares.
Cualquier sistema está por
encima de las personas, porque la lucha contra la injusticia crea más injusticias. Un mundo donde no haya
violencia, donde nadie pase hambre, donde no existan las clases sociales, ni
las enfermedades, donde todo esté perfectamente en orden, es un mundo en el que
las personas son esclavas de la estructura. En un mundo imperfecto, en cambio,
las personas son protagonistas.
Entre un mundo perfecto y
darnos libertad, Dios ha preferido darnos libertad. Pero el ser humano elige el
orden y, por ello, las relaciones personales son tan complicadas, porque
tratamos de esclavizar al otro buscando ese orden.
El mundo perfecto nos
convierte en jueces, de tal modo que el orden y la perfección están por encima
de las personas. No obstante, hay algunos que en lugar de luchar contra las
injusticias eligen a las personas. Y quien elige a las personas las pone por
encima de las normas, cree en ellas y esto permite que sean verdaderamente
autónomas.
El problema es que cuando
las personas son libres no existe ningún orden. Ante la libertad de la persona,
no hay orden sino desorden, no es una estructura que marca el camino que debe
seguirse sino que son las personas las que crean ese camino. Pero ésto provoca
que, como no sabemos qué es lo que hay que hacer cuando de verdad se es libre,
haya conflictos. El riesgo de la libertad es la incertidumbre y el problema de
la certeza es querer controlar el futuro. La persona trata de lograr ésto
último, mientras que el mundo de Dios es el mundo de la libertad y de la
incertidumbre. Una incertidumbre solo se puede superar confiando en Dios.
La gran aventura de la libertad significa que somos protagonistas de nuestra
propia vida. Ante la ausencia de orden surgen los conflictos, que implican una
decisión libre tomada desde el razonamiento o la confianza. El razonamiento se
impone a la libertad del otro porque lo único que hace es justicia; en cambio,
la confianza en el otro respeta su libertad. El razonamiento aplaza los
problemas pero no soluciona su origen. Por el contrario, confiando en las
personas es posible ceder y solucionar verdaderamente el conflicto.
Por ejemplo, si hay una
manzana para dos personas, el razonamiento lógico de una persona que se
considera justa, es partirla por la mitad, pero este acto justo no arregla
nada, lo deja igual. Sin embargo, si uno cede y dice, desde el corazón,
“cómetela tú”, cambia el futuro.
Si buscamos solucionar
las injusticias, no cambiamos el mundo.
5. LA VERDAD Y LA MENTIRA JUEVES, 19 DE ENERO
DE 2012
Creemos en ti. Sí, creemos en ti. No
trates de transmitir tus capacidades. Te queremos a ti, no capacidades o dones
que puedas tener, se trata de amarte no de admirarte.
Gracias a Dios amar nace del corazón no de las cualidades. Alguien con
pocas cualidades no solo tiene más capacidad de amar –porque la vanidad, el
amarse a sí mismo, no le impide amar a los demás–, sino que esa falta de
cualidades para ser admirado provocan que todo lo mire con más humildad. Sin
embargo, también tiene la losa de que para defenderse se encierra en sí mismo y
se aísla. Pero cuando encuentras alguien que cree en ti (siempre se encuentra,
siempre que tú desees de verdad salir de ese pozo), ese alguien descubre
siempre la belleza y verdades que tenías en ese corazón y que no dejabas salir,
porque la agresividad de la vida te hacía sentir que a nadie le interesaba. Y
te daba miedo, lo guardabas para quien se acercara a ti, como quien guarda un talento,
sin darte cuenta que tú tenías que acercarte, provocar la relación de verdad.
Entonces descubres que valías mucho más de lo que creías, porque siempre
pensaste que no tenías nada que dar, te creíste la mentira del mundo, esa
mentira que dice que según lo que tengas te colocaré en la pirámide de las
cualidades, según la cual los de más abajo soportan todas las vanidades de los
de arriba, sin que estos les dejen respirar, sin darles nada, solo exigiéndoles
ser triunfadores por sus cualidades, sin dar ni una sola oportunidad a triunfar
por tu corazón. Haciéndote creer que tus sueños de amor son una ilusión
estúpida e inútil. ¿Sabes lo que provoca esta estructura piramidal? Que los
corazones se queden en silencio y adoremos ídolos de oro, vacíos por dentro
pero llenos de brillo por fuera, que no paran de exhibirse ante los ojos del
mundo que los admira, pero que son imposibles de amar, porque amar solo se
puede amar lo que está a tú lado, no encima ni debajo de ti. Encima están los
que admiras, debajo los que desprecias.
Esperar que alguien te ame. Solo
desearlo significa que lo esperas todo de algo mágico que en la mayoría de los
casos no pasará, porque dependerá de tus cualidades y oportunidades. No puedes
estar encerrado en tu casa y ni siquiera abrir una ventana, soñando que las
historias de amor se crean solas, vienen y te recogen, sin darte cuenta de que
aunque llamen a la puerta, no abrirás porque tienes miedo, miedo de ser tú de
verdad. Sin embargo, cuando sientes que creen en ti (yo creo, ¿sabes por qué?
Porque alguien creyó en mí también), todo cambia en el corazón. No soñarás con
quién vendrá, pensarás en quien te quiere de verdad. Y ahí encontrarás la
fuerza necesaria para salir de esa casa, abrir las ventanas, dejar que pase el
viento, dejar que entre el sol. Y percibirás que lo que sientes no es que te
quieran, sino querer tú, y a partir de ahí crear la historia de amor que de
verdad te pertenece, porque la crearás tú. No buscarás cualidades, sino
corazones. No te deslumbrarán sus dones, que los hacen fuertes, porque mientras
son fuertes no se les puede amar, solo admirar. Te deslumbrarán paradójicamente
la humildad y sus debilidades que nos hacen verdaderamente humanos e iguales
entre nosotros. Viviendo en nuestras debilidades con la coherencia del amor,
que no deprime, amaremos primero y nos corresponderán con su amor.
Bienaventurado los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
Solo se puede esperar que alguien te
quiera, si ese alguien es Dios. Es el único que, si deseas que te quiera, no te
hace egoísta, porque Él es el amor y no crea historias de amor para que tú seas
un mero secundario, sino que te ofrece todos los medios para que seas el
creador y protagonista de tu historia de amor. Él no quiere ser el
protagonista, solo quiere que lo seamos nosotros por puro amor. Un padre que no
quiere ser adorado sino amado no puede deslumbrarnos con su poder y doblegar
nuestra voluntad. Al contrario, nos proporciona la capacidad, A TODOS de crear
historias de amor y haciéndote verdaderamente libre. Pues, ¿cuándo somos
verdaderamente libres? Cuando amamos. La otra cara es preguntarse cuándo
pedimos que nos ayude. Siempre cuando lo necesitamos y estamos débiles: en una
enfermedad, una necesidad vital o una injusticia de poder. Qué difícil nos
resulta desde el “todo está controlado” o “todo va bien” pedir con humildad
verdadera que nos cambie el corazón. Si eres fuerte, Jesús tampoco puede entrar
en tu corazón, por eso busca a los perdidos, cuya humildad y debilidad hace que
escuchen la palabra y luego entra Él en su corazón. Muchos escuchan, no todos,
porque solo Él les ha ido a buscar. El hombre desprecia al débil y adora al
fuerte ¡qué difícil es que nos encontremos con Jesús!, vamos por caminos en
distinto sentido.
Parece que el mundo de Dios resulta un
engaño, cuando la realidad es que vivimos en una constante mentira, donde todo
que no sea Él se convierte en grandes estructuras cuyo único interés es el
control de cada situación, haciéndonos en realidad esclavos de ellas.
Un ejemplo, puede ser un padre o una
madre con un bebé, que mientras duerme y sigue el guión establecido, nada malo
sucede, pero si alteramos la situación –y no radicalmente, simplemente, como es
habitual, te tienes que levantar a las 6 de la mañana para ir a trabajar, ir a
la guardería, etc.–, todo cambia. Después de bañarlo, darle de cenar, lo
acuestas (trabajoso pero normal), a las 2 de mañana llora inconsolable durante
1 hora; a las 3,30, igual y a las 5, también. Esto se repite una semana, solo
para doblegar al más paciente y nos encontramos con un abanico de posibilidades
que va desde el que lo maltratará hasta el que después de enfadarse y sentirse
víctima de la situación sea capaz de recomponer la situación por el amor que
siente por él. Pero seguro que no habrá nadie que con una paciencia infinita no
sienta enfado hacia el que importuna su orden. Un orden que nace de lo que tú
deseas, no de lo que otro ser humano necesita, aunque sea un ser inocente,
necesitado e indefenso. Porque solo hacemos el bien cuando no nos molesta a nosotros
radicalmente. Qué fácil es hacer el bien con lo que nos sobra. Ayudar a quien
lo necesita desde una posición de capacidad de dar no es un acto de amor, sino
de justicia. Es lo mínimo que deberíamos hacer en este mundo.
Sin embargo, los que
no tienen nada que les sobre, solo pueden darse a sí mismos, descubriendo que
no están vacíos, sino que tienen una inmensa capacidad de dar. Sin importarle
él mismo, porque sabe que pensar un solo instante en él significa alimentar la
mentira que le ha tenido esclavizado toda su vida en su propio corazón. La
mentira vive de lo que tienes, la verdad de lo que eres. Lo que tienes variará:
más o menos inteligencia, más o menos fuerza, más o menos poder, más o menos
belleza, etc. Nadie es igual. En cambio todos somos iguales en nuestro
interior. Todo el que vive del interior del ser siente lo mismo, da lo mismo,
entiende lo mismo y encuentra dentro de sí un mundo infinito donde reina el
amor y la esperanza es su futuro. Pero teniendo en cuenta que depende de
nosotros, de nuestra decisión libre. Cuando personas de distintas épocas,
clases y razas, te están contando que llegados a ese nivel todos sienten lo
mismo y encuentran al mismo SER, y te lo describen de la misma manera: un ser
de amor incondicional, no puede ser una mentira. La mentira para estas personas
se quedó muy atrás, jamás vivirán de la mentira, sino de la verdad, pues la
verdad no se crea, está, solo hay que llegar a ella. Todos lo podemos
conseguir. Tú también.
4. LA BELLEZA DE LA VIDA JUEVES, 19 DE ENERO
DE 2012
Desde distintos ámbitos
- la biología, la psicología, la sociología, la moral, etc,- se han dicho
tantas cosas sobre el aborto que se puede tener la impresión de que poco más se
puede añadir. Sin embargo, a nuestro entender, el debate no está centrado en lo
crucial: la aceptación de que la única defensa del feto es la relación de amor
que siente la madre hacia él. Por este motivo, no entendemos que se ataque a la
madre en lugar de ayudarle a abrir su conciencia a esa relación de amor.
Lo sencillo es decirle a alguien lo que tiene que hacer, establecer normas de
comportamiento. Como consecuencia de ello, la persona, según su ideología –a
veces simplemente según su experiencia o sus circunstancias personales– optará
por acatar o no lo que le dicen. Así, cuando la Iglesia trata de evitar el
aborto (y lo mismo ocurre en el caso contrario, cuando un grupo social trata de
apoyarlo), se adhieren a su postura quienes ya están convencidos moralmente.
Por el contrario, lo que resulta más difícil, pero a nuestro parecer más
verdadero, es llegar a la conciencia individual de la madre, en cuyas manos
está la vida de ese futuro hijo. Sin privarla nunca de su decisión libre, algo
irrenunciable incluso para Dios.
Una madre siente como un insulto que alguien le diga que al abortar está
asesinando. Por este motivo, se distancia de quien, aparentemente con buena
voluntad, le aconseja. Nos costaría entender el relato de la Samaritana con un
Jesús que acusa a esta mujer de ser una prostituta que se está haciendo daño a
sí misma.
Jesús no echa en cara –aunque sepa que sus palabras están cargadas de razón–.
No argumenta, no juzga, sino que se acerca (“Dame de beber”) y ama. Y de este
modo abre su conciencia. De hecho, no es trabajoso decirle a alguien cuál es su
realidad. Cuesta pocos minutos. Sin embargo, hacerse amigo de alguien, amarlo
de verdad, puede costar toda una vida: ¿qué camino elegir? Jesús lo tiene
claro.
Creemos firmemente que no existe amor sin relación, y que el amor abre las
conciencias. Apartados de este axioma, difícilmente llegaremos al corazón de
una madre, que es la única que puede defender al feto por la ley de Dios, no
por la ley humana. Como humanos –ni siquiera es pretensión de Dios– es evidente
que no vamos a poder evitar todos los abortos. Es más, Dios, quien conoce
profundamente al ser humano, cuenta con el pecado para salvarnos.
La Iglesia, por su parte, es quien mejor puede llegar a todas y cada una de las
conciencias, porque en ella están la Verdad y la Vida, que es Jesús resucitado.
Un Jesús de un amor apasionado, que ante todo desea llegar al corazón de cada
ser humano: en este caso a la madre en su poder de decisión y al feto en su
indefensión. Porque ese ser indefenso, si nace, es una bendición de Dios y, si
no nace, una redención del mundo, pues los inocentes son los más cercanos a
Dios, los que interceden por nosotros.
Nuestra intención no es ofender a nadie ni ideológica ni afectivamente.
Únicamente deseamos que cuando se defienda la vida, se defienda desde el amor,
no desde la razón, porque todo el mundo tiene su razón, que es lo que nos
distancia. El amor, sin embargo, nos une.
3. EL ARREPENTIMIENTO VERDADERO JUEVES, 19 DE ENERO
DE 2012.
¿Quién acoge al enemigo, al que va
contra ti? ¿Quién acoge al que se ha marchado? Siempre se escucha: “Perdono,
pero no olvido”. ¿Qué corazón ha existido nunca capaz de perdonar sin humillar
ni esclavizar? Incluso al que vuelve arrepentido no se le integra, sino que se
le estigmatiza. No se le perdona del todo. Solo el corazón de la Iglesia sí
acoge.
De hecho, es el único lugar donde incluso el enemigo arrepentido es acogido e
integrado. El ejemplo más claro es Pablo. Y así se percibe cuando la Iglesia
habla desde el corazón, desde la jerarquía del amor. Porque a un corazón
perdido le hacen bien las palabras, pero lo que verdaderamente le ayuda es que
le tiendan unamano.
Dios nunca ha tratado de evitar el pecado, sino que ha querido salvarnos a
través de él. ¿Acaso no es mejor equivocarse y volver a quien nos ha amado?
Quien comete un pecado sabe que está alejado de Dios y, por ello, se puede
arrepentir. Quien no peca alimenta su ego y cree que está en Gloria de Dios.
Descarta su providencia. Por desgracia, la Iglesia no deja salir, trata de
evitar que sus hijos se vayan. Cree que es mejor que sus hijos no se marchen,
aunque estén en la casa de Dios y este no sepa si lo aman de verdad.
Paradójicamente, es ahora cuando más hijos se alejan.
Dios se arriesga a perder a sus hijos para que encuentren ellos mismos la
verdad. Nadie los podrá engañar si vuelven arrepentidos. La Iglesia es como el
Padre del hijo pródigo. Lo sé porque tengo experiencia de haberme marchado y de
haber vuelto. Y el corazón de la Iglesia, a mi vuelta arrepentido, me acogió.
Sin embargo, la Iglesia, lamentablemente, está llena de hijos mayores que no
acogen al hermano que ha vuelto. Eso sorprende, porque la Iglesia es el corazón
del Padre.
Si la Iglesia ama, el hijo que se marcha sabe a dónde volver. Nos gustaría que
si a la Iglesia le pidiéramos pan a medianoche, se levantara y nos lo diera de
corazón, sin sentir que estamos molestando. Porque si el hijo se marcha sin
sentirse querido, no sabrá que hacer cuando de nuevo busque el amor del Padre.
Es muy triste comprobar que existe un sistema para no dejar partir, cuando en
realidad resulta evidente que no nos podemos fiar de alguien que nunca se ha
equivocado. Resulta una contradicción insostenible. Si tienes relación con el
otro, lo que haces es confiar y tener esperanza en él. Esto es lo que
querríamos de la Iglesia: que algo tan irracional como la esperanza fuera lo
que la fundamentara. ¿Acaso Dios nos dice qué tenemos que hacer? Dios no es
moralista.
El ser humano tiene capacidad de sufrir; sin embargo, lo difícil es elegir el
camino de la verdad, porque eso significa dejar todos los demás. ¿Cómo se puede
saber esto sin haberlo experimentado? Yo no me fiaría de nadie que no haya
experimentado esto y que no esté arrepentido de corazón. En la vorágine del
placer, la frustración, la insatisfacción del alma, es donde uno se da cuenta
de que lo único que da paz es el amor. Es en esemomento cuando vuelves los ojos
a quien te ha dado amor y pides interiormente que te deje volver a su lado.
Vuelves avergonzado, con una sensación de vacío, de que lo has perdido todo. No
hay salida: el desprecio que has tenido hacia quien te ha amado, el creerte con
la razón… Tú mismo no te perdonarías jamás por lo que has hecho.
Sin embargo, en este arrepentimiento profundo, lo único que escuchas es el amor
del Padre, que instantáneamente te perdona y te pide que vuelvas con Él. Esa
sensación la he tenido yo con la Iglesia. El corazón de la Iglesia me había
perdonado y se había alegrado de mi regreso. Una Iglesia cuyo corazón es
inmaculado y puro, pero donde el amor está guardado como una reliquia que no se
usa, como si estuviera la lámpara debajo de la cama. Lo que sostiene a la
Iglesia es su corazón: el amor de Dios. Sin embargo, no se actúa como el Padre,
sino como el hermano mayor: se exige justicia, hacer el bien. En raras
ocasiones la luz se pone en lo alto. Al sentir tanto perdón, lo que me
entristece es que esté por encima de esa luz el razonamiento humano, la moral,
la doctrina. Vuelves a la Iglesia arrepentido y te encuentras a los hermanos
hablando de justicia, cuando lo que quieres por encima de todo es hablar de
amor. El Padre, sorprendido, contesta a quien pide justicia que el hijo
pródigo, que ha vuelvo arrepentido, nunca volverá a irse.
Ante la experiencia de un verdadero arrepentido, nuestro mundo controlable de
verdad y de justicia se desmorona porque nos hemos cuidado mucho de alejarnos
de Dios. Quien no experimenta la misericordia del Padre solo la puede escuchar.
Si nosotros, como hijos mayores, no tenemos de qué arrepentirnos, ¿cómo vamos a
sentir la misericordia de Dios? La incapacidad de celebrar la fiesta de regreso
del hermano nos
desenmascara: Dios pone en entredicho lo que nuestro corazón es. Cuando
nosotros, como personas razonables, escuchamos a quien tiene experiencia, nos
replanteamos nuestras verdades profundas. Aunque el peso de la Iglesia lo
lleven los hermanos mayores, son los arrepentidos los que traen la luz.
Está claro que ninguno de los dos hijos quiere a nadie. Era evidente que el
hijo pródigo no quería a nadie, pero no era tan evidente que el hijo mayor no
amaba. Quien se cree bueno no necesita a Dios. El único que ama a los dos es el
Padre. La parábola pone al arrepentido en su sitio, pero la Iglesia, a veces,
no le da el lugar que se merece. En nuestros días se habla de cambiar la
estructura de la Iglesia, cuando en realidad lo que hay son personas que
quieren una Iglesia más justa humanamente pero que siguen sin querer amar,
porque la verdadera justicia solo nace del amor. Y la justicia sin amor es
pecado.
Entre hacer justicia y amar hay un mundo. Como ocurre con el buen samaritano,
también la Iglesia atiende de buena voluntad a quien lo necesita, pero el
último paso, seguir cuidando del necesitado, llevarlo contigo para que viva
contigo en casa para siempre, no se lleva a cabo. Solamente con hacer algo así
con una persona tendría sentido toda una vida. El amor es radical, por eso, en
vez de oír hablar de lo que está bien y lo que está mal, nos gustaría ser
testigos de una verdadera aplicación del amor de Dios, basada en la inclusión
de las personas, no en crear barreras. Y esto solo se puede hacer desde el
amor, por el cual las personas se hacen hermanos de verdad. Para eso hay que
conocerse, hace falta relación. Y para tener relación no podemos poner por
encima del amor una justicia que nace de nuestro mundo perfecto, en el que
juzgamos los hechos y a las personas porque nos sentirnos buenos. Lo que es
igual a decir que estamos faltos de humildad, fundamental para escuchar a Dios.
¿De qué sirve llamar a la imperfección pecado si no llamamos pecado a la falta
de amor? Todos nos sentimos
pecadores sin sentir de verdad el pecado, sin llegar a su raíz. Creo firmemente
en la Iglesia porque Dios es su corazón. Y el corazón de Dios no se fundamenta
en el razonamiento. No es moralista. No es teórico. No es un código de
conducta. No busca ningún interés. No crea estructuras para que el mundo sea
más justo. No busca gente convencida sino convertida. El corazón de Dios no
condena como haría el hombre sino que perdona. Acoge a sus enemigos
arrepentidos. Busca sin descanso a sus hijos alejados. Nunca se cansa de
esperar el regreso de un hijo suyo. Y cuando este vuelve, sale conmovido a su
encuentro y lo abraza. Mientras el ser humano en su instinto sobrevive, en el
corazón de Dios vive en plenitud y encuentra el sentido de la vida, que solo
necesita del amor y nada más. Ni el voluntarismo del hombre ni sus obras le
sirven de nada. Dios, que tiene en su poder capacidad de resucitar a un muerto,
no podría, por respeto a la libertad humana, trasformar un solo corazón. Su
deseo profundo es abrazarnos, pero para estar con el Padre tenemos que regresar
arrepentidos de verdad.
Si a alguno esto no le ha hace daño en el corazón sino que le da esperanza,
aquí estoy yo para ser su hermano sin preguntar nada más.
Jesucristo es un ser
históricamente innegable y demostrable. Otros grandes hombres de la historia,
simplemente por luchar contra una injusticia, han llenado de su grandeza humana
toda la historia: eran pacíficos y creían en el entendimiento humano y todos
murieron a manos de la intolerancia humana; sin embargo, nadie duda de su
grandeza como hombres y ni mucho menos de lo que hicieron.
Nadie dice Gandhi es una mentira y un manipulador: es evidente que la
demostración de que esto es verdadero es la esperanza que ha dado a millones de
personas.
Jesús, por el contrario, es maltratado como un criminal; sus palabras son
manipuladas y sus obras minimizadas y ridiculizadas. Su vida es relación y
coherencia, sentido común y sabiduría, valor y calma. Nadie ha pasado por la
historia con un equilibrio tan perfecto entre actos y pensamiento, desde niño
hasta la edad adulta. Su coherencia y comportamiento basados ambos en el amor a
los demás produce admiración o también sospecha por ser un comportamiento
difícilmente humano y, en consecuencia, manipulado.
La grandeza de Jesús en la historia es inversa a otros. Mientras Gandhi, y
muchos más, basaron todo en grandes injusticias, creando grandes grupos de
defensores, Jesús lo basó todo en el amor. Sin embargo, murió solo y sus pocos
seguidores quedaron llenos de miedo y escondidos, negando cualquier vinculación
con él. Cualquiera que haya pasado por la vida con este bagaje, habría sido
olvidado por la historia. Pero no ocurrió así, sino que fue a partir de su
muerte cuando fue entendido, primero por unos pocos y después por muchos más.
Si pierdes un ser querido, un hijo, por ejemplo, aparte del gran dolor por la
pérdida, lo que sientes es que sigue hablándote al corazón. Y tú a él, con tu
gran dolor pero seguro de que es tu hijo. Te dirán que es una emoción creada
por tu dolor, pero todo el que siente esto sabe con certeza que no es una
mentira para aliviar tu sufrimiento: es más verdadero porque en realidad se
difuminan las emociones y donde existía un gran dolor aparece una verdadera
esperanza dentro de ti que es el verdadero amor que sientes hacia ese ser tan
amado. Y te das cuenta que no ha acabado sino que continúa. Y esto es lo que
verdaderamente te consuela, si no, nadie podría soportarlo. Solo por la
experimentación de estas verdades sabes que son eternas y ciertas. Desde luego
no esperas que te entiendan, porque razonarlo es imposible: el corazón siente y
la razón siempre tiene que esperar para entenderlo. Sólo se razona lo que ya ha
pasado y lo que va a pasar, sólo el corazón puede entender lo que te pasa
ahora.
De esta misma manera, con el sentido del corazón, es como te relacionas con
Jesús, un Jesús que sigue vivo y que va más allá de la pura relación. Esa
relación que quien la experimenta sabe que es lo más real que le ha ocurrido
nunca: existen muchos a lo largo de la historia y todos tienen la misma experiencia.
Cualquiera que se sienta solo, despreciado, humillado, necesitado de amor, sin
sentido de su vida, vacío, cualquiera que haya hecho mucho daño y no busque
sobrevivir en ese estado, si no que desea de todo corazón salir de un mundo en
el que no quiere estar más, con solo pensar en Jesús y desear su ayuda, todo lo
que parecía imposible se convierte en una esperanza y una posibilidad. Porque
Jesús te inunda con la esperanza de que no está todo perdido, sino que se puede
conseguir, y aquí es donde se convierte en real.
Todos los que se esfuerzan de verdad van experimentando poco a poco que ese
esfuerzo se va convirtiendo en una relación más estrecha con Jesús: una
relación que inunda tu corazón. Donde había tristeza y desprecio se va llenando
de alegría y de amor. Esto no es mágico ni emocional, sino muy real, más real y
más verdadero que cualquier relación humana. El que lo experimenta sabe que no
es producto de una situación emocional o manipulación ideológica: no solo estás
seguro, sino que cambias por dentro y donde había miedo hay valor, donde había
tristeza hay alegría, donde reinaba la desesperanza llega la esperanza, donde
no valías para nadie ahora eres un ser importante porque antes te despreciaban,
pero ahora encuentras personas que te aprecian. No es un cambio de situación,
es un cambio del corazón, un corazón que te enseña a amar como él nos amó, con
un amor que da sentido a la vida, un amor lleno de sentido y que te guía para
no volver jamás a equivocarte. Esto es lo que es Jesús, donde solo había muerte
Él te guía hasta tu dignidad, una dignidad que alcanzas por tu propio esfuerzo
de confiar en alguien que te lleva por el camino de la verdad y que te hace
abandonar los demás caminos. Sobretodo el camino del instinto humano de
supervivencia. Y todo lo consigue porque él, desde su amor, cree en ti, cuando
ni tú mismo creías ya en ti. ¿Cómo sentir que alguien cree en ti sin ser
verdad? Sería una automentira absurda, difícil de mantener en una situación
extrema donde ya nada importa. Parece ser que esto solo lo entienden los que lo
experimentan, y para experimentarlo hay que tocar fondo. Por eso Jesús es el
señor de los despreciados y olvidados y desde ese reino de amor tan incoherente
a la razón es desde donde llega a los corazones.
Qué difícil es llegar a los corazones de los que no han sido abandonados ni
despreciados, porque entonces el instinto de sobrevivir no está anulado y la
soberbia y la razón analizan todo sin darle más valor al corazón que el de una
emoción pasajera.
Qué equivocados estamos si creemos que la vida solo es lo que se ve y se
analiza, sin darnos cuenta de que estamos esclavizados por unos instintos
básicos que cualquier animal siente. Pero además sentimos algo externo que no
está en nosotros, llamado amor, que nos proporciona la posibilidad de no vivir
esclavizados por los instintos. Un instinto de venganza lo produce un ataque
hacia ti, pero hay dos posibilidades de superar el instinto: una sería la
anulación de ese instinto con un razonamiento educado socialmente, otra sería
la posibilidad de equilibrar ese instinto con un sentir de cariño hacia esa
persona. En el primero de los casos no cometeríamos una barbaridad ¿o sí? Pero
no podríamos anular el rencor creado, sí superarlo, pero no integrarlo, pues
daría como resultado, una solución provisional en el caso de no volver a ver a
la persona, es decir, cuando no hay relación; sin embargo, si existe relación
con la otra persona, como no intervenga el perdón, la venganza se convierte en
una bola de nieve que cada vez se hace más y más grande.
En el segundo caso, la relación es básica para la superación y el perdón,
porque donde hubo amor puede haber perdón. Si no hubo amor, sería imposible,
por la sencilla razón de que la balanza del corazón siempre es justa, en el
sentido que si hay una ofensa no siente solo esa ofensa sino que también hay
sitio para ver a esa persona que quieres y te quiere. Esto equilibra el
instinto humano y hace que dejemos entrar el perdón. Si solo lo razonamos,
esperamos rendición u olvido. Pero el perdón, conforme lo dejamos entrar, acaba
reinando dentro de nosotros, haciendo que en esa relación no haya vencedores ni
vencidos y, por consiguiente, más amor. Porque de eso se nutre el amor, del
perdón: para perdonarse debes elegir dejar entrar o no al perdón. Es una
decisión verdaderamente libre, que implica directamente elegir por qué camino
ir: el de yo tengo razón y tú te callas, o el de sé que me quieres, me duele,
pero dentro de un tiempo, esto que parece insuperable será olvidado y
perdonado. Cuanta más relación de amor, menos tiempo hace falta para perdonar.
Y aquí es donde se ve directamente a Jesús. Tú sientes rencor porque
verdaderamente tienes razón (no existe nada peor que tener razón) y nunca le
perdonarías. Tenemos un corazón sin piedad. Ante esta cerrazón, algo dentro de
tú conciencia –cuanta más relación, más conciencia–, te va diciendo que el
enfrentamiento no es la solución; que todo tiene un porqué; que las
equivocaciones, si se asumen, no son un paso atrás si no dos hacia delante; que
esa persona te está diciendo esas cosas para derrotarte y salirse con la razón,
como tú; que deberías bajar el nivel de confrontación y dialogar; que deberías
escuchar y, lo más importante, sospechar de tu propio razonamiento
intransigente. Acto seguido todo cambia y se convierte en que ya no le odias,
sino que sientes esperanza; lo ves con otros ojos y ya no es necesario discutir
más, solo perdonarnos y olvidarnos de nuestras intransigencias. Todo vuelve a
su ser en esa relación con más intensidad y más amor.
El artífice de este milagro es Jesús, que te aconseja, le habla a tu
conciencia, te dice que el único camino para darse cuenta de una equivocación
es perdonarlo todo. De este modo piensas por ti mismo y, donde antes no te
distes cuenta y actuaste con ese instinto humano de imposición, ahora esa misma
experiencia va a valer para elegir en verdadera libertad y conciencia.
Jesús no solo hace que pensemos por nosotros mismos, sino que nos da la
posibilidad de que nos guíe la conciencia por encima del instinto. Todo esto y
más es Jesús, alguien a quien hay que conocer profundamente para no sentirse
solo, vacío, miserable y esclavo de nuestros instintos Él es quien nos da la
verdadera libertad. No nos engañemos pensando que reprimiendo nuestros
instintos seremos libres de ellos, más bien nos comportaremos como fariseos
(según Jesús, los más hipócritas), con un comportamiento ejemplar y un interior
miserable e incapaz del perdón, la piedad y el amor. Esto sería lo contrario a
lo que predica Jesucristo: la incapacidad del hombre para amar y salir de sus
instintos y la posibilidad, a través de Él, de poder guiarse por el camino de
la conciencia, siendo un hombre capaz de dar esperanza, caridad y amor.
Jesús lo pone todo y nosotros muy poco y, aun así, nos perdona y no nos
abandona, como nosotros abandonaríamos a quien no hace lo que queremos. Él
busca relación y nosotros estar solos, busca al más necesitado y nosotros a los
que menos necesitan; Él busca al que menos cualidades tiene y nosotros a los
que más tienen; Él busca amor y nosotros razón; Él busca piedad y nosotros
justicia; Él busca a los desheredados y nosotros a los ricos; Él busca a los
humildes y nosotros a los poderosos; Él busca hijos perdidos y nosotros que no
se pierdan; Él busca nuestra libertad y nosotros nuestra esclavitud.
Jesús es un ser a quien no hay que buscar en la historia, sino en el corazón,
donde habita y desde donde guía a los que se han perdido y no encuentran el
camino de vuelta. Unos lo escuchan y otros no, pero nunca hace distinciones, está
para todos. La pregunta es: ¿estás suficientemente perdido para entender esto?
O, por el contrario, ¿nunca te has perdido porque no has hecho daño a nadie?
Jesús es alguien a quien es necesario conocer, y nadie que no ame al prójimo
como Él lo amó lo conoce de verdad. Ese mandamiento es la prueba verdadera de
los que conocen a Jesús, porque el que conoce a Jesús aprende a amar como Él y
ya nunca más despreciará a sus semejantes. Jesús es la esperanza de los
olvidados y de los arrepentidos.
1 “SOLO PARA QUIEN HABLA DE AMOR Y NO AMA: QUÉ MALO ES SER BUENO” (MIÉRCOLES, 18 DE
ENERO DE 2012)
El hombre busca una conciencia que alimente su alma vacía de sentido y
sedienta de amor. El alma no descansa hasta que se une al amor, ya sea
puntualmente o definitivamente. Las cosas que deseamos y no se buscan con amor,
llegan y no calman la sed: al contrario, tenemos más deseo. Pero todo lo que se
busca con amor no solo sacia la sed, sino que siempre es mejor de lo que
esperamos. Estas experiencias son las que nos hacen creer en una verdad
existencial y no creer que las cosas sucedan por azar o en un destino
inalterable.
Muchos seres humanos creen sin ninguna duda en esa
verdad, su experiencia y razonamiento les ha llevado a ello, pero creer en la
verdad no significa conocerla y mucho menos sentirla y guiarse por ella. El
problema estriba en que creer en la verdad y no tenerla en el corazón a fuego
significa que hablas de la verdad pero tú corazón no la siente; en
consecuencia, no ama y no puede transmitir amor sino moral, ideología, etc.
Porque puedes sentir emoción, pero el verdadero amor es incontrolable. Nadie
ama cuando quiere o cuando se lo propone: ama precisamente cuando deja de
defenderse y de controlar la situación. Cuando el alma es humilde escucha a la
conciencia y en ella está DIOS, que te habla como un padre que ama con locura a
su hijo y le susurra con dulzura –pues de otra forma sabe que se rebelará– la
posibilidad de que pueda estar equivocado. Porque, cuando tiene toda la razón,
es cuando el hombre da más muestras de intolerancia hacia los demás. Por este
motivo, entender la verdad te llena de razón, pero no te hará amar, sino que
será precisamente lo contrario, pues la verdad que se siente en el corazón va
acompañada siempre de humildad y no de soberbia. Existen muchas personas que
explican la verdad, pero si esa verdad no va acompañada de relación y de amor,
la transmisión de Jesús resucitado no se realiza: por la sencilla razón de que
Jesús es una realidad y no algo mágico que está no se sabe dónde. Jesús está en
el corazón y su vehículo de comunicación es el amor, porque la verdad de los
hombres no vale nada. Sin embargo, la transmisión de persona a persona de un
Jesús resucitado que habita en corazones marcados por la verdad, que son
capaces de amar, se produce gracias a su relación con Él. Si no te relacionas
de verdad con Jesús, jamás podrás amar al prójimo como Él nos amó, y por este
motivo tu corazón no se transformará. Si tú enseñas o transmites una verdad sin
amar al que se lo transmites, seguro que no le transmitirás algo de DIOS, será
del hombre y, como algo del hombre, en vez de unir, distanciará. La clave está
en que para transmitir a Jesús resucitado primero lo tienes que conocer y dejar
que habite en tu corazón. No vale creer que lo conoces, pues lo único que vas a
conseguir es creer que estás por encima del pecador y no sentir de verdad tu
propio pecado. Un pecado que se enmascara y te hace sentir bueno. Si no lo
conoces, mejor sería que callaras y escucharas al que de verdad lo conoce
porque así harías que no existiera más distancia entre los que creen en la
verdad y los que no la creen. En el fondo, lo único que los distancia es una
creencia razonada que impide el entendimiento mutuo. Entonces, ¿cómo encontrar
a los perdidos si no les hablas al corazón? ¿Cómo ser el siervo de los demás si
no sientes que eres como ellos? ¿Cómo ser hermano de alguien que no cree en la
verdad? ¿Cómo amar al prójimo como Él nos amó? ¿Cómo no ser un hipócrita como
los fariseos? Ellos también creían en la verdad, la valoraban como un código de
conducta, se comportaban con perfección en la ley de DIOS, hablaban del amor de
DIOS y sin embargo el hombre estaba por debajo de esa ley. Un incumplimiento de
la ley era duramente castigado, cuando precisamente la ley está escrita para
que eso no ocurra si de verdad se escucha en el corazón. Precisamente el pecado
no tiene que ser un vehículo de condena sino de salvación, y eso solo ocurre
cuando la ley está por debajo del hombre y el hombre no hace de juez de otro
hombre. En un mundo en el que creer en la verdad es estar en la puerta del
paraíso, resulta que ante nuestra incapacidad no solo de amar, sino de querer
amar, la puerta se convierte en un ojo de aguja imposible de penetrar con
nuestros corazones repletos de deseos y vacíos de amor. Amar a los tuyos es
solo una muestra del amor gratuito de DIOS. Es una evidencia de que Él sostiene
esas relaciones: si las quieres mantener, es más que posible, pero también
puedes destruirlas. Amar al prójimo, sin embargo, significa crear relaciones
con un corazón quiere amar. Entonces dan lugar a algo nuevo algo que no tiene
un guión escrito por DIOS, sino que es un deseo de su infinito amor que,
irremediablemente, se debe hacer desde el corazón del hombre, pues así DIOS nos
involucra en su corazón. Así somos verdaderos hijos de DIOS. Como esto es
imposible desde nosotros, envía a su hijo para que complete ese eslabón que
falta entre DIOS y el hombre. Así, el ser humano tiene la posibilidad de que
las relaciones se creen desde el querer amar, porque a través de ÉL existe la
verdadera posibilidad de la transmisión de la verdad junto con el amor. Pero
¿creemos de verdad en Jesús? O ¿es alguien que selecciona a unos y desecha a
otros? La respuesta no está en Él, sino en nosotros, que justificamos nuestra
falta de amor como si de un simple defecto se tratara, e intentamos convencer
de lo contrario a los demás, no a nosotros mismos, que no entendemos cómo es en
verdad nuestro corazón: tan miserable que solo cuando tocas fondo queda al
descubierto, y no te queda más remedio que sobrevivir en ese estado o mirar al
cielo y pedir que te ayude. Si no tocas fondo es imposible ver cómo es en
realidad, el pecado lo oculta, y donde debería haber conciencia hay olvido.
Jesús ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Es la lucha del que
quiere amar y del que rechaza el amor, y solo los perdidos pueden darse cuenta,
porque de otro modo difícilmente el pecado dejará que el corazón sepa quién es
Él. El corazón de alguien perdido primero se da cuenta de lo que es y, a partir
de ese momento, suplica ayuda. Algo o alguien que ya ha experimentado en su
vida, alguien que no es como Él, sino bueno y puro, porque lo ha visto plasmado
en personas, momentos y situaciones, y sabe que todo eso bueno nace de un mismo
corazón. Entonces es el momento de pedirle a lo único bueno que has visto en la
vida que te ayude, sabes que no lo mereces pero esa pequeña luz que ha nacido
dentro de ti para buscarle te dice que está ahí y sientes el deseo de decirle
que Él sí es digno de amar, que es bueno, que siempre has estado junto a mí,
que nunca me has traicionado, que siempre has querido estar a mi lado, que yo
nunca te he dejado estar, que me buscabas cuando nadie creía en mí y yo no te
dejaba acercarte, que darías tu vida por mí, que antes de nacer ya me querías,
que donde Él está quiere que esté yo porque no podría vivir sin mí, que me
buscaría en el mismo infierno y me sacaría de allí cueste lo que cueste, que
jamás volvería a estar solo, que no necesito llamar a la puerta, pues su puerta
siempre está abierta para los que ama, que ha sido un dolor terrible verme
perdido y ahora que he vuelto jamás dejará que me vaya, porque yo he nacido
para vivir con Él para siempre y como si fuera lo único que le importara, me
dice al oído de mí corazón: gracias por quererme, hijo mío. La ley de DIOS no
hay que tenerla grabada en piedra, sino en el corazón, y así dejará de ser ley
y se convertirá en amarás a DIOS sobre todas las cosas y amarás al prójimo como
yo os amé.
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