domingo, 17 de mayo de 2020

CUANTO MÁS ME ALEJO DE DIOS, MÁS QUIERO A LA HUMANIDAD Y MENOS A MI PRÓJIMO


El hombre siente la necesidad de luchar contra las injusticias, pero dejando a un lado al prójimo, ¿no es un poco sospechoso que teniendo un corazón de piedra, como dice la Biblia, deseemos amar a la humanidad?, 

¿quizá sea que emocionarse con la humanidad, los derechos, las injusticias sea más fácil que aceptar al que te ofende, a otro que no seas tú o los tuyos? Para luchar contra las injusticias, no necesitas cambiar, sino proyectar un deseo, un razonamiento, un juicio. Donde vemos injusticias, las intentamos cambiar por justicia, pero es una justicia humana razonada, exenta de amor. El amor solo nace entre dos personas. Nunca podrás amar a la humanidad de verdad si no amas al hombre; nunca podrás respetar la naturaleza si no respetas al hombre, es un vínculo sagrado y una realidad natural. Podrás proyectar un deseo y desde luego aplicar un razonamiento, donde la idea y la emotividad parecen el desarrollo del amor y, sin embargo, está vacío de amor y lleno de hipocresía y falsedad. Sin Dios el hombre se convierte en un hipócrita, incluso el que cree en Dios, pero aborrece a su hermano.

Sin Dios siempre es lo mismo, el hombre trata de buscar un fin, luchando contra lo injusto, pero se pierde en el mismo fin y sus consecuencias, convirtiéndose en un hipócrita moralista o en un hipócrita psicológico. Cuando se implantan estas hipocresías en la sociedad, se desarrolla una hipocresía organizada. Cuando la sociedad es una sociedad moralmente hipócrita, como pasaba hace unos años, la conducta y el pensamiento estaban y están por encima de la persona. Las mujeres solteras que tenían un hijo eran señaladas y despreciadas, sus propios vecinos las juzgaban y menospreciaban y, frecuentemente, esa presión moral, provocaba una coacción psicológica por la cual decidían abandonar en muchos casos a su hijo. Hoy día la hipocresía psicológica proyecta un autoengaño cargado de intereses ideológicos, intentando, como antes, controlar el comportamiento. Antes te decían cómo debías ser y ahora te dicen cómo no debes ser. Podríamos llamarlo moral intransigente en otros tiempos y ahora intransigencia moral. Antes decidías dentro de un adiestramiento moralista del comportamiento, que limitaba tu autonomía, y ahora en un adiestramiento ideológico sobre el comportamiento que provoca la misma falta de autonomía. Antes el pensamiento tradicional era intransigente con todo lo nuevo, y ahora lo nuevo consiente todo, pero es intransigente con el pensamiento tradicional.

Gracias a Dios, tanto antes como ahora hay personas con verdadera fe que, gracias al amor, sienten y deciden con autonomía. Suelen ser personas sencillas porque los sencillos son los que mejor entienden lo que desborda a la razón. Al margen de lo sagrado, del amor, de lo que sobrepasa a la razón, hoy día el razonamiento y los derechos son lo que se establece como lo sagrado en un mundo sin Dios. El control del pensamiento y del comportamiento, con el engaño de la libertad de decidir, siempre está por encima de un ser humano. El comportamiento correcto y el derecho a decidir son una apropiación del bien y del mal, y cuando se implanta una hipocresía social, que decide lo que está bien y lo que está mal, se adaptan las leyes a esa hipocresía.

Hoy día las leyes se adaptan a la hipocresía actual, igual que antes se adaptaban a la hipocresía moral. El problema es que existen dos tendencias humanas respecto de la proyección del bien y del mal, una que se basa en el pasado, en la experiencia y certezas de lo vivido, y otra, en el futuro, que busca las certezas en una proyección de lo que está viviendo. Ninguna de las dos es una mentira y, sin embargo, socialmente se convierten en posturas irreconciliables, por su hipocresía; y sus consecuencias son la intransigencia y el deseo de un control del pensamiento y del comportamiento. Por tanto, sin Dios no existe salida, nos alejamos del prójimo y es imposible vivir en unión con quien tiene diferente convicción. Con Dios se vuelve compatible lo sagrado y lo humano, y con Jesús el pasado y el futuro se integran, y lo sagrado lo convierte en una realidad a la cual nos podemos incorporar.

La hipocresía nos impide vivir del Amor, con el pensamiento proyectamos el amor en el futuro, pero no sabemos vivirlo en el presente. Somos así, puedo no querer tener un hijo y abortar, pero emocionarme con los niños que mueren de hambre. No quiero tener un hijo con síndrome de Down, pero me emociona ver una película sobre ellos. Somos hipócritas y siempre lo seremos sin Dios. El hombre no tiene salida. Solo comenzaremos a creer en Dios y a ser libres cuando nos demos cuenta de nuestra hipocresía perpetua, de que la vida consiste en ir descubriendo la realidad y de que la realidad no es el micromundo donde nuestro razonamiento intenta controlarlo todo. La transcendencia del amor y del perdón es la única salida del hombre de su hipocresía y de sí mismo.

Hipócrita es alguien que esconde sus intenciones y su verdadera personalidad, convirtiéndose en un manipulador por mentir, omitir o por deformar la verdad. Somos siempre responsables porque la hipocresía es la consecuencia de no amar. Incluso el altruismo muchas veces nace de la hipocresía. Solo el amor equilibra, da vida y da sentido a tus decisiones; el ser humano sin Dios, sin el límite de su amor, está lleno de interés, sus decisiones no se toman en libertad y la realidad se percibe deformada. El hombre por sí mismo busca el interés y la utilidad, y no respeta lo sagrado del ser, la verdadera realidad.

Existe una conciencia que cuando está equilibrada por la razón y el afecto, transciende y reconoce los errores y los aciertos, dejando de ser un control sobre el bien y el mal. Una conciencia que transciende y busca una respuesta a su incapacidad de controlar la realidad y el futuro desconocido. Existe otro tipo de conciencia llena de razón, pero que es incapaz de trascender; es un razonamiento especulativo, teórico, pero irreflexivo en la práctica, porque existe un desequilibrio, ya que se decide en una realidad desdibujada, que intenta controlar las consecuencias sin poder ver la equivocación, una equivocación que en sí misma es una confusión al tratar de controlar el futuro, que siempre es desconocido, sin darse cuenta de que la realidad es incontrolable. Anular la trascendencia del hombre es anular con la hipocresía su conciencia, pensando que así eres más libre; sin embargo, te conviertes en un esclavo de tus propias decisiones. Sin el amor y su trascendencia se deforma la realidad, se oculta la verdad, se disfraza y justifica la mentira y se pierde la libertad de la propia decisión.

El futuro es una realidad oculta, por eso el ser humano no tiene una inteligencia capaz de tanta manipulación, porque su razón no puede ver la realidad y la verdad. El hombre no ve más allá de su deseo, interés o utilidad, no tiene tanta capacidad para oponerse al amor, simplemente se aleja de Dios, pero no es un camino premeditado para un fin, sino que es una manipulación producida por la hipocresía que nace de su propio pecado y, por tanto, es responsable de sus decisiones. Es decir, el hombre es culpable, porque el pecado no causa la mala decisión, sino que la mala decisión causa el pecado; el mal provoca la tentación, pero está obligado a respetar la libre decisión del hombre, de la misma forma que Dios la respeta.

El hombre también es culpable de su propia hipocresía porque sin Dios anula su conciencia, lo que provoca la esclavitud del pecado. No va contra Dios como algo premeditado, sino que se aleja de Él, lo niega, pero no lo rechaza después de conocerlo, ya que no ve la verdad ni la realidad y por ese motivo puede ser perdonado si existe un arrepentimiento verdadero. Para ver la realidad hay que ser sincero, honesto y humilde.

Es tan difícil ver la realidad y la verdad que para poder acercarnos a Dios no queda otra solución que liberarnos de nuestra esclavitud del pecado. Si no nos liberamos de la esclavitud del pecado, no podemos argumentar en la verdad y en la realidad, poniendo a la luz de la razón esa maraña de ideas, contradicciones, emociones faltas de verdadera sabiduría, creencias que creemos certezas y la falta de trascendencia. Vivimos en la incoherencia y en la falta de razonamiento de la realidad y de la verdad, vivimos en una sociedad irreflexiva donde la transcendencia de la vida no existe para muchos. El razonamiento especulativo disfraza la realidad de razón cuando no lo es, y se encasillan el amor y el perdón en simples emociones.

Pensar y creer que la realidad está relacionada con la capacidad de tu propio razonamiento es reducirla a la mínima esencia. Es mucho más que eso y por ello alguien que descubre certezas en la vida, que experimenta el sufrimiento y no se rinde, que equilibra sus virtudes y sus limitaciones y, sobre todo, que es humilde ante la vida, descubre una realidad más luminosa y vital de lo que creía. Esta es la primera transformación del hombre y el inicio de la fe. La propia naturaleza es una realidad y entenderla significa aceptar su esencia e integrarte en ella. Hasta en los momentos difíciles, la vida te hace ver una realidad que no esperabas.

Vivimos en un mundo donde se quiere abandonar la hipocresía moral pero también las certezas del amor. La sociedad es práctica, anula la transcendencia del alma humana, pero proyecta una nueva pero falsa trascendencia basada en el orden del razonamiento. Parece un orden y sin embargo es un desorden, todo acto o pensamiento que no esté apoyado en el ser humano, degenera, es como si con el ser humano tuviera solidez y sin él, se quedara vacío. No me refiero a las ideologías sobre el ser humano, que son hipocresía, sino a la trascendencia del amor. Las sociedades más avanzadas y con mejores rentas son aquellas en las que el suicidio y la desesperanza se multiplican. Esto debería hacernos reflexionar de nuestra responsabilidad y de lo que proyectamos con una filosofía que deja a un lado la transcendencia del hombre. No podemos buscar en la muerte la solución al sufrimiento o los reveses de la vida, a esto se llama desesperación y desesperación es el mismo camino del desorden, nadie hay más peligroso que un desesperado tanto para él mismo como para otros; no es amor como dicen en muchos casos, es desesperación, desesperanza, angustia y depresión. Aceptar la vida como es, es respetar su naturaleza, incluso si no la entiendes. Otros seres humanos ante el dolor y el sufrimiento ponen esperanza, aunque sientan la desesperanza, pero no se dejan llevar por ella, muchas veces ponen alegría, vida y sentido. Dentro del extraordinario dolor, que nadie lo niega, que te llene la desesperanza o que luches contra ella son dos formas muy diferentes de afrontar la vida. La otra cara de la misma moneda es que es tan indigno no ayudar a un ser humano y dejarle morir, como ayudarle a morir. En estos extremos la hipocresía del hombre es infinita.

LA NECESIDAD DE UNA FE DE RELACIÓN CON JESÚS, LA NECESIDAD DE TRANSFORMARSE

La fe se está reduciendo a la estructura de la realidad personal, es decir creo en Dios, creo en Jesús y su verdad, pero no encuentro a Jesús resucitado ni la santidad a la cual estamos todos llamados. Es un callejón sin salida: estamos en permanente búsqueda y no encontramos, no avanzamos, y sentimos que algo nos falta porque estamos a mitad del camino.

Antes había una fe personal que se apoyaba en una sensibilidad religiosa colectiva y ahora estamos desarrollando una sensibilidad religiosa individualista. Antes esa colectividad en la que se desarrollaba la espiritualidad provocaba que la fe del creyente tuviera un sostén para sus dudas, temores y tribulaciones, aunque carente de un análisis personal. Era una fe sólida que acababa convirtiéndose en rígida; sin embargo, el Concilio Vaticano II rompió con esa tendencia y sus consecuencias han sido una fe más individual, que permite una fe más reflexiva, más razonada y con mayor autonomía personal, condiciones indispensables para que pueda desarrollarse la fe mística.

Era una evolución necesaria, pero ahora más que nunca el cristiano necesita certezas de amor, necesita una fe de relación con Jesús para no estar solo, integrando de una forma nueva la individualidad y la colectividad. La fe de los sencillos no puede vivir en un ambiente tan hostil, el cristiano de hoy está en búsqueda, tenemos la Iglesia y la verdad de Jesús, pero la Iglesia también está en búsqueda, se buscan nuevos métodos, nuevos caminos que trasciendan y cultiven nuestra propia fe. Quizá la fe de los más santos pueda permanecer, pero Dios no busca métodos nuevos para unos pocos sino para todos. Con la fe individual el hombre es pasivo y piensa que su única responsabilidad es creer. Dios hace todo por nosotros, nos lo da todo incluso su inmenso amor y su perdón, pero necesita de una fe activa de la persona que sea capaz de dejarlo todo y seguir a Jesús. Para ello necesita transformarse, cambiar su corazón de piedra por uno de carne. Con Jesús y su verdad vino la transformación de la fe, pero nos falta la transformación del corazón para amar a Dios y al prójimo como Jesús nos amó.

No es el final de la fe ni de las vocaciones, es un tiempo nuevo donde todo se integrará, donde la transformación del cristiano será necesaria e imprescindible para dar paso a la última fase de la fe, la liberación de la esclavitud del pecado, “donde enormes muchedumbres de todas las razas han blanqueado sus túnicas en la sangre del cordero”, como dice el Apocalipsis.

LA FE, EN LA BIBLIA

El Antiguo testamento es la evidencia de esa primera transformación en la fe que es creer de verdad en Dios. Vemos la realidad que nos rodea y ante la incertidumbre de nuestro futuro y sobre todo de nuestra intimidad más profunda, donde hay preguntas, pero no certezas y respuestas, buscamos verdades y evidencias, salimos de nosotros mismos, transcendemos y buscamos respuestas que solo encontraremos si Dios es real. Si no nos relacionamos realmente con Dios, encontraremos dudas, y crearemos un mundo mágico y atractivo que tenga cierto sentido razonable, aunque sea siempre especulativo. Los que no creen no han dado ni siquiera el paso previo de transcender, no buscan certezas fuera de sí mismos y no buscan respuestas más allá de su minúscula realidad; por eso, no se les puede hablar de Dios, ni evangelizar, sino que previamente necesitan un análisis muy preciso sobre lo abstracto, la metafísica y la transcendencia dentro de la reflexión verdadera, especialmente sobre la propia muerte, que es una realidad que intentamos ocultar pero que es ineludible.

Esta primera fe que transciende la realidad del hombre debe estar llena de oración para que se convierta en purificación a través de Dios, tanto para ti como para tu prójimo. Con la oración surge poco a poco una certeza dentro del razonamiento abstracto que llega a ti como respuesta a las incertidumbres, y una intimidad que siente verdaderamente que ha encontrado alguien transcendente que responde, crea certezas y sobre todo genera esperanza.

Si esta relación entre Dios y yo por medio de la oración no fuera verdadera, no podría encontrar ni certeza ni mucho menos esperanza. Si me dirijo a alguien que no existe, toda creencia nacería de mí y de mi proyección o de una creencia social. Como Dios es real, cuando te relacionas verdaderamente con Él, te encuentras siempre ante revelaciones que calman la sed interior y no ante confusas e irreales ilusiones. La verdadera fe se establece porque hay una respuesta que se revela en una realidad; hasta que no fue revelada en la Historia, ni se veía ni se entendía. La fe en Dios en esta fase es indirecta pero verdadera. Gracias a esta fe puedes ver la realidad y analizarla. Solamente con la razón nunca sabrías distinguir lo verdadero de lo falso y, desde luego, no tendría sentido.

Dios a través de su verdadera revelación da luz a un mundo oscuro. En el tiempo de la revelación de Dios, se manifiesta como ser único a través su Espíritu a los profetas, que transmitirán esa revelación con la mayor fidelidad. En los verdaderos profetas no hay engaño.

JESÚS, CENTRO DE LA FE

Llegamos a la revelación central de Dios, Jesús es el centro tanto en la Biblia como en la historia. Jesús revela con una enorme intimidad quién y cómo es Dios; ya no es una revelación indirecta, es un conocimiento profundo que abarca al hombre y a Dios. Hay un enorme salto desde el Antiguo al Nuevo Testamento, desde creer en Dios a la verdad y mandamientos de Jesús, que no excluye lo anterior sino que lo complementa. Quizá dar este salto sea lo más complicado porque hace falta una transformación en la fe. Antes de la muerte de Jesús solo se podían entender sus palabras, pero no su naturaleza, por eso se quedó solo; con la resurrección de Jesús, Dios purificó esa verdad en nosotros para que seamos capaces de integrarla en el corazón y que perdure en el tiempo. No es lo mismo entender su verdad que creer en Jesús resucitado.

Jesús viene a hacer de puente entre Dios y el hombre. Es la única manera de que el hombre pueda llegar a Dios. Jesús solo puede ser, como dice el Evangelio, el hijo de Dios hecho hombre. Creer esto parece un sinsentido y, sin embargo, creerlo desde la intimidad de tu propia fe, hace que todo sea más sencillo para la razón. El hecho en sí de la Resurrección da la certeza para poder integrar a Jesús en nuestro corazón de verdad. Solo lo sagrado purifica nuestra fe y permite integrar la Verdad. Gracias a esto el Espíritu Santo susurra en tu intimidad lo sagrado, donde sabes claramente qué es verdad y qué no lo es. A quien desee encontrarlo se le revela claramente en la fe. Primero debes conocerlo, entenderlo y sobre todo ver una realidad en la cual no existe la mentira ni el engaño, donde todo es verdad y está lleno de esperanza y de libertad para el hombre, porque es lo que no entendemos, lo sagrado.

Jesús es, con su muerte y resurrección, quien ha dado luz a la oscuridad y ha abierto una puerta al hombre donde no había ninguna salida. Haciendo posible, en primer lugar, el perdón directo de Dios a los arrepentidos y, posteriormente, el encuentro del hombre con Jesús resucitado. Con el perdón tenemos una salida ante el pecado y con el encuentro con Jesús resucitado, además, una salida ante la esclavitud del pecado.
Dios puede ser sorprendente para la razón, pero creo que la búsqueda, la transcendencia del hombre y sus íntimas preguntas, son un proceso más íntimo de la reflexión que de la fe, es decir, el hombre observa, razona, reflexiona, y transciende. Hasta aquí todo es una mirada del hombre hacia fuera porque es una necesidad, pero si quieres crear una respuesta por ti mismo, entras en el mundo de la razón sin trascendencia y en el mundo del pensamiento mágico. Pero lo sorprendente es cuando encuentras respuestas de alguien que no es mágico, que se revela como un ser muy concreto y que está por encima de la lógica, del propio razonamiento y fuera de tu imaginación. Este descubrimiento de un ser real provoca una fe que va creciendo dentro de esta experiencia que se irá haciendo certeza, verdad, demostraciones que surgen de forma inesperada, pero todo ello dentro de un orden muy natural, lleno de sensatez y sentido común, que provoca confianza y esperanza.

Sin embargo, Jesús es incomprensible para la razón, por su propia naturaleza, es la irrupción de la revelación de Dios en la historia de la humanidad. Es la entrada de la respuesta de Dios en el mundo, no ya como revelación en la fe individual de los profetas, sino traída al mundo como certeza, como piedra angular de la verdadera fe y de la salvación, siendo implantada eternamente gracias a la resurrección de Jesús. Si la verdad de Dios nos abre a una nueva realidad y a una esperanza verdadera, Jesús resucitado nos trae nuestra liberación. Ver esa integración entre razón y fe es lo complejo, antes, muchas veces, ensalzaban su divinidad y negaban su humanidad, ahora con el razonamiento de la fe individual se ensalza su humanidad y cuesta integrar su divinidad. Creemos en Jesús hombre y en Jesús Dios, pero solo conocemos al hombre; creemos en su dualidad, pero debemos también conocer al Jesús resucitado para que viva en nosotros y podamos llegar al Padre a través de Él.

Nos cuesta entender por qué vino al mundo, la respuesta es para salvarnos, pero no entendemos la lógica de venir el propio Dios al mundo para instaurar una fe que transforma y que jamás podrá ser destruida. Con Jesús, Dios se instala físicamente en el mundo, ya no le hace falta revelarse indirectamente, ha venido para revelarse directamente. Toda su verdad y sus mandamientos están en Jesús, no existe nada fuera de Él que sea palabra de Dios. Jesús trae al mundo a Dios como Padre y Señor verdadero y Él mismo se proclama Hijo de Dios, en ninguna religión nadie ha dicho algo así. Con Jesús no existen las dudas, porque dice la verdad, sería muy sencillo descubrir una incoherencia en todo esto, y no la hay, se puede negar todo y no creerlo, pero en su desarrollo no existe la mentira. En ningún hombre existe la pureza de la verdad, en todo lo que diga o haga se encuentra siempre una parte de esclavitud en su propio pecado. Incluso cuando tiene razón objetiva, su afirmación está cargada de reproche en el mejor de los casos, desprecio o imposición en otros. Jesús dice verdades puras y calla todo lo demás, no juzga, no reprocha, no desprecia, incluso no responde ante la injusticia, algo imposible para el hombre.

Jesús nos desborda con su verdad y mandamientos como hombre en el Nuevo Testamento, pero no entendemos su divinidad aunque creamos en ella, porque queda reducida a una certeza de fe, pero no la vivimos y no nos transforma. Solo los santos se encuentran con Jesús resucitado, con la belleza de su divinidad, encuentro al que estamos llamados todos los cristianos. La evolución de la fe se ve claramente desde el principio hasta nuestros días con un Jesús que da respuestas desde el amor de Dios a todas nuestras preguntas, pero que no conocemos íntimamente y que necesitamos conocer para llegar a Dios. Solamente se llega a Dios a través de Jesús.

LA FE MÍSTICA

“El cristiano del futuro será místico o no será”. Esta afirmación no es una idea o un pensamiento deductivo, es la evolución lógica de la fe en la historia de la revelación de Dios. El principio de este recorrido de la fe es el muro infranqueable de la muerte, que implica una reflexión porque sabes que vas a morir. Continúa con la observación y la búsqueda saliendo de ti, buscando respuestas que no encuentras en ti mismo, llegando a la trascendencia y la revelación de Dios. La segunda parte es la venida de Dios a la historia por medio de Jesús, instaurando una revelación eterna; y la tercera parte de esta evolución es en la que el hombre puede no solo creer sino también relacionarse con la divinidad de Dios a través de Jesús resucitado. Jesús y el hombre establecen una relación profunda en el camino de la liberación de la esclavitud del pecado, donde conforme vas caminando Jesús se va revelando, algo que requiere del esfuerzo del hombre, de su fe activa. Solamente cuando seamos libres podremos llegar al Padre, pero para conocer al Padre, primero hay que conocer a Jesús resucitado.

La fe mística no es una nueva verdad, Jesús trajo toda la verdad y su pureza; no hay nada más aparte de Jesús, ya no se trata solamente de creer, sino de encontrarse con Jesús resucitado y conocer lo sagrado, la verdadera realidad. Esta última etapa de la fe es descubrir la divinidad de Jesús y eso lo lograremos relacionándonos con Jesús resucitado. Si no lo hacemos, no podremos conservar la fe porque nos quedaremos estancados; esa fe que de momento es sólida, se convertirá en rígida o débil porque los sencillos en la fe necesitamos que Jesús viva en nosotros. Actualmente, algunos buscan nuevos métodos de evangelización, pero son métodos que siguen sin salir de lo humano, sin entrar en lo sagrado, que generalmente son para unos elegidos y no para todos, ni dan esperanza para la unificación de la Iglesia; mientras que otros relativizan su propia fe debilitando una fe personal que debe anclarse en certezas, pero que duda porque no conoce a Jesús resucitado.

Jesús resucitado solo se revela al hombre que deja de ser esclavo del pecado, porque no puede habitar donde habita el pecado, no porque no quiera, sino porque no puede. Aquí todo tiene una gran lógica, pero hay que entender que la parte sagrada de Jesús nos desborda. Jesús no puede imponerse y respeta nuestra libertad de decidir, algo fundamental para ver la realidad de Dios. Hasta ahora ese radical encuentro lo han tenido los santos, pero no la gran mayoría, por eso en esta etapa, la fe debe volverse activa y debemos encontrar un camino que sea para todos, un camino que deben iniciar los sencillos, los humildes, en el que todo debe girar en torno a que Jesús pueda acercarse a nosotros a través de la fe, aunque sin poder habitar todavía en nuestros corazones.

La única forma en que esto puede ser es en grupo, “donde dos o más se reúnan en mi nombre, ahí estaré yo en medio de ellos”. En grupo Jesús respeta nuestra libertad de decisión porque no habita con el pecado personal, el instinto de escucha al Espíritu Santo está multiplicado, y es razonado por varias personas que difícilmente seguirán un camino equivocado si de verdad son iluminadas por Él. La fe de varias personas, el instinto espiritual de todas ellas y el razonamiento común dentro de la propia fe, ponen al descubierto y dificultan el engaño del pecado, engaño al que difícilmente puede hacer frente una persona individualmente a no ser que posea la fe de los elegidos. Es la única forma de hacernos autónomos en la fe. Para encontrarnos con Jesús debemos salir de la esclavitud del pecado por nuestra fe activa, apoyados en el Espíritu Santo que nos irá dando certezas y nos irá mostrando un camino donde poco a poco se revelará Jesús resucitado en nuestra fe común, hasta que seamos capaces después de muchísimos obstáculos, dificultades, a veces tropiezos y noches oscuras, de poder dejar habitar a Jesús en nuestro corazón. Un camino que se hace tan real como las palabras de Jesús; “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, “nadie va al Padre si no es través de mí”.

Si en nuestra fe individual la verdad de Jesús es una certeza porque la creemos, la sentimos y la experimentamos, unir nuestras fes es una certeza de encuentro con Jesús resucitado. No es una realidad que te ciega y te hace caer como a San Pablo y a otros, es una realidad que va caminando entre intuiciones, reflexiones y certezas. En esta fe grupal Jesús se hace presencia con dulzura, sin dejarte caer, pero también con firmeza, sin dejarte escapar de su realidad, sin permitir que nuestro mundo se imponga sobre el suyo. Así, vas entendiendo y experimentando el mundo divino de Jesús, donde hay que mirar la realidad de frente o irte, no deja otra opción.

Ya no es solamente un hombre que te revela una realidad hermosa, llena de amor, de perdón y salvación, sino que es Jesús resucitado que se revela interiormente, se enfrenta a tu pecado y te obliga a decidir viendo la realidad. También provoca en ti el amargo sabor de su realidad y de su verdad, que pertenecen a un mundo sagrado que no percibimos. Negar esta realidad es inútil y muchas veces la oscuridad llenará tu alma porque entre ver la realidad y ver la esclavitud del pecado existe una “zona” que peleará dentro de ti, pero que se irá aclarando conforme te vas liberando de esa esclavitud. Es necesario reunirse en grupo para que Jesús se relacione con nosotros, pero la transformación es individual. Conforme vas por ese camino, vas purificando y apartando de tu alma lo que te esclaviza, de forma que tu decisión será cada vez más libre.

Es un camino que no atrae nada emocionalmente porque va más allá de lo humano: está lleno de incertidumbre porque no debes tener el control. Es un mundo en el que no estamos acostumbrados a desenvolvernos; sin embargo, es un camino de decisiones, de equivocaciones, de reestructuraciones y sobre todo de libertad. Cada decisión es un soplo de libertad, cada equivocación dentro del grupo de fe es una negación que tarda poco en difuminarse, no se puede mantener la mentira, Jesús no lo permite, en el grupo reina Él. Individualmente es un ejercicio de enfrentarte a la realidad e ir poco a poco apartándote de la esclavitud del pecado. Es un camino apasionante y lleno de vida para todos, todos estamos llamados a la santidad por el bautismo, un bautismo que significa creer en Jesús y una fe mística que integra a todos y, como hemos dicho en esta extensa carta, es el punto final del camino de la fe. Empieza en la búsqueda fuera del hombre, la revelación de Dios; sigue con la realidad de Dios a través de Jesús; y terminará con el encuentro con Jesús resucitado para abrazar a nuestro Padre. El mundo sagrado es un mundo real al que todos estamos llamados, pero apenas lo conocemos. La fe mística nos hace salir de la esclavitud del pecado introduce en lo sagrado.

“Sal de ella, pueblo mío, no te hagas cómplice para no compartir su castigo”
Es el deseo del corazón de Dios, no quiere perdernos, nos ama incondicionalmente. Dentro de un amor que no especula, no duda, no juzga, su amor está por encima del bien y del mal, de todo lo creado, de la mayor imaginación, del mayor sentimiento. Un amor lleno de humildad, porque no exige nada, no le pone precio, su único interés es poder abrazarnos, siempre llorando de alegría, sin importarle su grandeza, ni su condición, seca nuestras lágrimas y aleja el dolor de nuestras almas con sus hermosas y cálidas manos que nos abrazan transportándonos a una realidad que jamás imaginaríamos, donde yo soy el más querido, pero a la vez unido al prójimo que es tan querido como yo. Un lugar donde su sonrisa ilumina tu alma, su clama te llena de sabiduría y su amor penetra en tu interior dándote la vida eterna. Este es Dios, nuestro Padre, mi padre.

GLORIA AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO.

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